20/1/15

La urraca en la nieve

Javier Plaza ha escrito, no, más exacto sería decir, ha pintado, una historia: “La urraca en la nieve”. Y lo ha hecho componiendo un bello lienzo con palabras. Gracias a su habilidad descriptiva, el lector visualiza con precisión cada escena de la novela, pues está narrada con minuciosidad y cuidado en los detalles. Camille es un joven que ha viajado a París para realizar los trámites que permitirán que su importante familia venda al gobierno de la nación una fábrica de armamento. También aspira a mejorar su técnica pictórica asistiendo a las clases que imparte Fernand Cormón en su academia. París será todo un descubrimiento que ensanchará la perspectiva desde la cual Camille contempla el mundo. A los ojos de un provinciano llegado del sur, la ciudad refulge y bulle, plena de vitalidad. La experiencia parisina no puede ser más enriquecedora para Camille, se dejará impregnar por la esencia de la bohemia artística, se hará asiduo cliente de los prostíbulos y cabarets de Montmartre y frecuentará a otros pintores, de quienes aprenderá recursos para mejorar en su oficio. Tendrá ocasión de sostener entre sus manos telas de Coubert, Cezanne, Lautrec o Gaughin. Aunque quizás la experiencia más remarcable sea su conversación con Monet sobre el tono de amarillo elegido para dar color a un trigal. Camille ya había caído rendido ante la destreza del gran impresionista cuando quedó prendado de su obra “La urraca”, hasta el punto de repetir durante cuatro días la visita a la galería donde se hallaba expuesta. Javier Plaza escribe un diario que abarca del 8 al 14 de diciembre de 1893 y retrata meticulosamente un París seductor, vibrante y atractivo. Es el retrato de una época hecho desde la admiración y dibujado con suaves pinceladas que transportan al lector a los tiempos de esplendor del Impresionismo.




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